Por: Raúl Jimz
En los 90′ los artistas articularon el ejercicio musical a la educación para tener algún oficio que amortice la inversión económica realizada en formación, pero el servicio a Dios a través de la música añade otros retos: formación musical y pastoral, definir el público al que anhela llegar -lo que es igual a decir, tener en claro lo que quiere lograr con su servicio-, y el escenario -dentro de nuestra iglesia- más idóneo a seleccionar para ejercer el servicio musical sin perder la paz.
¿Qué le puede hacer perder la paz a un músico católico?
Lo económico, el reconocimiento, la vanidad, entre otras… pero teniendo claro el objetivo se puede persuadir estas barreras. Conocer nuestro objetivo, nos ayuda a discernir entre lo que puede afectarnos o no, en suma, a dejarnos o no robar la paz. ¿Para quién es mi servicio? y ¿Dónde ejercerlo?, son la pregunta clave para no perdernos.
Hay múltiples escenarios para el músico católico. El primero de ellos, el litúrgico – misa o la liturgia de las horas-, esta es, si puede decirse, la más restrictiva para el artista,entendido el artista como el ejecutor de un arte, formado para dejar ver su talento y expresarse lo mejor posible a través del arte. Acá solemos empezar, y también confundirnos, pues es donde descubrimos la vocación del servicio, pero también donde acumulamos las mayores dudas en esa lucha entre el artista y el servicio. ¿La respuesta? En este servicio, somos solo el soundtrack de la película, pues el protagonista es la eucaristía, y el fruto esperado no son los aplausos, es una asamblea conversa.
También está el servicio de la animación -retiros, formaciones, eventos religiosos, eventos de acción social, entre otros-, en ella, el músico católico, tiene un relativo protagonismo, menos limitaciones artísticas o de expresión, y la atención de un público. En este escenario, nos hacemos parte de la alegría de un Jesús presente y vivo, aspecto que no debe olvidarse en este escenario.
Otro escenario, son las Horas Santas, propuestas luego del concilio Vaticano II, antes conocidas como oratorios, que -desde la mirada del músico- son espacios donde el artista del sonido puede expresarse con mayor libertad (por citar alguien reconocido “El Oratorio de Haendel), a mi juicio, este escenario es el donde se unen espiritualidad y expresión musical en su más alto nivel, pudiendo ser interlocutor entre la asamblea y Jesús sacramentado. En la actualidad, también se incluyen los conciertos eucarísticos y otros elementos similares, aquí el músico tiene como finalidad conducir al escucha a participar de la oración y tiene una cierta libertad de expresarse.
Un escenario anhelado por muchos músicos católicos son los conciertos, estos sin ninguna exigencia litúrgica, salvo que el santísimo tenga una participación en el programa, estos gozan de una mayor libertad de expresión artística y son los que suelen llevar una inversión económica mayor y planificación.
En el escenario asociado a los músicos de producción, ya tenemos dos artistas ganadores de Grammy por producción cristiana, estos no dejan de percibir la oportunidad de reconocimiento pero el producto musical, básicamente exige que se reconozca al autor. Un modelo puede ser Athenas o Matt Maher, Jonathan Narváez o Jr Cabrera, grandes artistas altamente reconocidos por su música, donde la difusión de su testimonio no es el eje central.
No podemos ignorar al músico de misiones, donde la formación musical es una herramienta más, ya que el fin es el evangelio.
¿En qué escenario te encuentras hoy? ¿Por cuál público luchas, una asamblea conversa, un aplauso, una parroquia unida? Antes de pensar en la retribución, estas son preguntas claves que todo músico católico debe hacerse.
El mundo de la música católica ha dado grandes vuelcos, desde la historia universal de la música podemos ver esta necesidad de expresión en los que ejercen esta labor. Y ese intercambio de inquietud ha fortalecido la música per se… Ahora bien, el tema de la monetización, aunque vinculado puede ser diferente, la pregunta es ¿Por qué la audiencia (o público) católico, es tan resistente a pagar por un producto musical para la evangelización?
¿Puede ser por la cultura?
¿Por la falta de publicidad de, o los, temas?
¿Por qué el artista no goza de un reconocimiento?
¿Por qué no existen productos, o eventos de calidad?
Antes del juicio, es importante entender nuestra historia de la iglesia. El maestro de la capilla musical, no inició siendo un laico, solía ser un sacerdote o monje que, previamente, había hecho votos de pobreza en su ordenación (Ejemplo: Vivaldi). Y por tanto las responsabilidades del mundo, económicas, familiares no estaban presentes. Entender esto, al menos a mí, me ha dado paz. Nuestra iglesia, experimenta un cambio de actitudes hacia el rol de un músico católico laico en el servicio. Como ejemplo, el crecimiento de la producción católica, la cultura de reconocer el pago al músico que presta servicio en la iglesia, como ocurre en algunas zonas de Colombia, España, Estados Unidos, entre otros…
No estamos desde cero, solo hay que descubrir el camino y estar seguro de lo que queremos. Si nuestra finalidad es percibir una retribución del servicio prestado, habrá que estudiar además de música, marketing, comunicación, marca personal pero… eso sí… siempre estar formados tanto musicalmente, como en nuestro liderazgo espiritual, porque Dios forma a los elegidos, además, al Señor le gusta la excelencia y, bien dice el salmo, cantad al señor con maestría…